“Luchad por entrar por la puerta estrecha”



P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 13, 22-30

Jesús nos invita a buscar nuestra salvación.

Se abre esta lectura del Evangelio de San Lucas con una pregunta “¿son pocos los que se salvan?” Una pregunta importante y personal que todos nos hacemos, y que quisiéramos tener respondida. Jesús no va a responder en este momento directamente a la pregunta, sino que va a hablar en general de la salvación, y de lo definitiva que es la situación después de la muerte “cuando se cierre la puerta”.

Sobre la cantidad de los que se salvan ¿quién de nosotros no se ha preguntado? No es una pregunta de curiosidad, sino una pregunta fundamental. Y hay sectas que han querido determinar los que se salvan, cuántos son, y las reglas precisas y detalladas de los que se han de salvar. Hay quienes hablan de ciento cuarenta y cuatro mil (el número simbólico del Apocalipsis). Esta interpretación es falsa, y su error proviene de leer el Apocalipsis en forma literal, y no en forma simbólica como ha sido escrito. Pero muestra una vez más la preocupación por conocer quiénes se salvan, y los caminos para la salvación.

Jesucristo en vez de responder a la pregunta de sus discípulos sobre la cantidad de los que se salvan nos dice más bien qué hay que hacer para salvarse; y esto es lo que más importa, y lo dice en muchas ocasiones en todo el Evangelio.

Jesucristo en este mismo párrafo nos habla del camino de la salvación: “Luchad por entrar por la puerta estrecha”. Esta es una forma de hablar repetida frecuentemente en los Evangelios. La senda estrecha, o la puerta estrecha. Está aludiendo el Señor a que el camino del Evangelio, el que nos conduce a la salvación, no es fácil, más bien resulta duro y esforzado. Y para que no queden dudas, el Señor en determinado momento añadirá: “no todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”.

Pero no se reduce a esto sólo lo que Jesucristo enseña sobre la salvación. Cuando está anunciando la Eucaristía (es casi todo el capítulo sexto del Evangelio de San Juan) se repite varias veces: “el que come este PAN vivirá para siempre”. Es muy importante este nexo entre la Eucaristía y la salvación. Recibir la Eucaristía es recibir la fuente misma de la salvación. Evidente, porque Jesús es el Salvador.

En otros momentos se conecta la salvación con la entrega al prójimo: la práctica de la caridad (el distintivo de los cristianos): en el capítulo 25 de San Mateo se narra el juicio final. Unos son salvados y otros condenados, en ese juicio. La razón de la salvación es haber hecho el bien al prójimo, y la razón de la condenación es no haberlo hecho.

Jesucristo también nos dirá que hay que estar preparados, y alerta. Toda la narración de la parábola de las diez doncellas (cinco preparadas con aceite de reserva, y cinco descuidadas), está dirigida a enseñarnos que siempre hay que estar preparados y cargados de buenas obras. El Señor llegará de repente, y al final la puerta se cerrará para siempre, y los que no estuvieron preparados quedarán afuera.

Sobre todo, es importante saber que la salvación nos viene de Dios, y que se sustenta en el amor que Dios nos tiene, y que obra en nosotros. Y Jesucristo nos dice que El no ha venido a condenar, sino a salvar. San Pablo también afirma que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. No es que nuestros esfuerzos personales importen poco, pues son absolutamente necesarios; pero también es un consuelo saber que nuestra salvación la cuida alguien que es nuestro Padre, y Jesús que es nuestro Salvador. Realmente nos da mucha seguridad saber que nuestra salvación está en tan buenas manos, y más aun que Jesús nos tiene guardados en su corazón.

No es posible abarcar todas las enseñanzas del Señor referentes a la salvación en este breve comentario. Esas son solo algunas de las principales. Por otra parte, algunas veces se buscan “recetas” para la salvación deformando algunas devociones. Y Dios no da la salvación a través de “recetas”, sino la da al que acepta el gozo de ser su hijo; y es que sentirse amado como hijo es ya empezar a gustar la salvación.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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